Vivimos en una era donde a todo mundo le importa mucho hacia dónde va, pero a casi nadie le importa hacia donde vamos.
¿Qué tanto nos importamos?. Muchos tenemos el deseo constante de ser más inteligentes, más ricos, más atractivos, más sanos, más felices, más poderosos. Es por eso, tal vez, que invertimos gran parte de nuestro tiempo y dinero en libros, gimnasios, ropa, artículos de belleza, suplementos alimenticios, viajes, restaurantes, cursos de superación, etc.
Esto nos da la sensación que tenemos mayor control sobre nuestra vida, que somos el arquitecto de nuestro propio destino; y quizás sea cierto, pero, ¿y qué hay del destino de los demás? Nuestro egocentrismo nos empuja a poner más atención en lo que nos afecta individualmente. De tal manera, que el interés por los demás se va diluyendo como las ondas en un estanque de agua cuando arrojamos una piedra: entre más se alejan del centro más imperceptibles son.
¿Qué tanto nos importamos?
En este sentido, un ejercicio mental que podemos hacer es preguntarnos (tengamos o no), qué tanto nos importan nuestros hijos. Después preguntarnos que tanto nos importan nuestros nietos, después nuestros bisnietos y por último qué tanto nos importan nuestros descendientes que existirán dentro de 200 años.
En resumen, preguntarnos qué tanto nos importan los problemas del mundo después de nuestra propia existencia. La respuesta a esta pregunta tal vez no vaya más allá de traer a la memoria el reciclaje de la basura que hacemos todos los días, el auto híbrido que queremos comprar o la conversión que hicimos al veganismo; o incluso, la creencia que existe un más allá que todo lo explica y lo justifica.
¿Realmente nos interesa resolver el problema?
Hace unos días reflexionaba con un buen amigo sobre este tema y me preguntó lo siguiente: ¿No crees que con el desarrollo de la tecnología podamos resolver todos los problemas de la humanidad? A mi parecer, le contesté, el producto de la ciencia y la tecnología son tan solo herramientas. ¿Qué significa esto? Que el beneficio o perjuicio que puedan tener para los seres humanos depende exclusivamente del uso que les demos, y la verdad, no veo hasta ahora que lo hayamos hecho bien.
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Por ejemplo, es fácil darnos cuenta que estamos más cerca de destruir nuestra civilización con una guerra nuclear que de resolver el problema energético que vivimos. Es por ello, me parece, que la solución de los grandes problemas que nos aquejan, como el cambio climático, la contaminación y la sobrepoblación, no depende necesariamente del avance de la tecnología (como en ocasiones nos gusta creer), más bien depende de un cambio profundo en el ser humano.
Entonces: ¿Qué podemos hacer al respecto? A mi parecer existen alternativas, solo que primero debemos contestarnos de manera sincera una pregunta previa y fundamental: ¿Realmente nos interesa resolver el problema?
Eric Mávic
Escritor, Conferencista y Terapeuta en Mindfulness
ericmavic.com
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